Godmersham Park
(residencia de la familia Knight)
-Lo malo de ver crecer a los niños es que te hace sentir vieja. Aunque no me gusta recurrir a los tópicos, parece que fue ayer cuando tuve en mis brazos a mi primera sobrina y unos meses después a la segunda… Y míralas ahora, dos señoritas atractivas y elegantes que, dentro de nada, serán el centro de atención de todos los bailes a los que asistan. Ya me imagino la fila de pretendientes pugnando por ganarse su favor.
-No lo digas muy alto –le recomendó su cuñada Elizabeth-, Edward se pone enfermo solo de pensar en que algún chico se pueda acercar a su princesita.
Jane sonrió al imaginarse a su hermano en la tesitura de tener que aceptar que un joven caballero cortejara a su primogénita. No le cabía la menor duda de que más adelante gozaría al ver a su hija feliz en su vida matrimonial. Pero hasta que eso llegara, cuántos miedos y desconfianzas tendría que superar.
-Anna está encantada de haber venido a Godmersham para pasar un tiempo con sus primos –comentó mientras observaba a las jóvenes paseando por el jardín cogidas del brazo.
-Y nosotros estamos encantados de que haya venido –repuso Elizabeth con su bondad habitual-. Sobre todo, Fanny. Ya no tiene edad para jugar con sus hermanos, y las pequeñas pueden ponerse muy pesadas. Le viene bien poder pasar algún tiempo con una chica de su edad. ¿Has recibido noticias desde Steventon?
-Hace un par de días –contestó Jane-. Parece que falta muy poco para que venga el bebé.
-Rezaremos para que todo vaya bien. Pronto habrá pasado lo peor, y solo quedará la alegría que produce el nacimiento de un hijo.
Jane volvió a sonreír mientras dirigía a su cuñada una mirada de admiración, que no le pasó inadvertida.
-¿Qué ocurre? –preguntó esta arqueando una ceja.
-Nada, tan solo que no deja de sorprenderme cómo después de haber dado a luz a nueve hijos sigues hablando de la maternidad con tanto entusiasmo.
-Cada hijo es único y no creo que haya nada más hermoso que traer al mundo una nueva vida. Además, en mi caso no tiene mérito –repuso Elizabeth con sencillez-. Gracias a Dios contamos con medios para poder sostener a una familia amplia. Pero tus padres, por ejemplo, tuvieron ocho hijos y su situación no era tan cómoda como la nuestra. Eso sí que es admirable. Tu madre es una mujer extraordinaria –añadió, dirigiendo su mirada a un punto más lejano, donde la señora Austen se había sentado junto a Cassandra.
-Sí, lo es, aunque últimamente ya no tiene la vivacidad de antes –respondió Jane.
(…)
-Aun así, fíjate cómo los pequeños siempre quieren estar con ella –insistió Elizabeth, señalando a algunos de sus hijos, que se habían sentado a los pies de las damas-. No lo harían si se aburriesen. Y, además, ya sabes que los niños tienen un sexto sentido para detectar a qué personas les resulta agradable su compañía y quiénes se sienten incómodos con ellos.
(…)
-¿Qué tal en vuestra nueva casa? –se interesó Elizabeth devolviendo a su cuñada a la realidad.
-Bien.
-No pareces muy convencida.
Jane estuvo a punto de aludir de modo irónico a las distintas situaciones de ambas damas, pero desechó la idea para evitar que su interlocutora lo entendiera como una crítica, y prefirió mostrar la realidad tal cual era.
-No hay una sola casa en Bath en la que pudiera sentirme a gusto –fueron sus crudas palabras-. No es un problema de tamaño, mobiliario o situación. Simplemente, me resulta imposible asumir que ese es mi hogar. Ha sido así desde el primer día y dudo mucho de que vaya a cambiar.
-¿Qué opinan tu madre y Cassandra al respecto? –inquirió Elizabeth con gesto preocupado.
-Mientras vivía mi padre, mamá estaba encantada de la vida que llevaban en Bath, pero ahora… Creo que ni a ella ni a Cassandra les importaría que cambiáramos de aires.
-¿Y por qué no os venís aquí?
-¿A Godmersham?
-Claro. Hay sitio de sobra –expuso Elizabeth con sencillez.
Jane pareció desconcertada. Por un lado, sería tan maravilloso disfrutar de las comodidades de esa gran casa y de la compañía de tantos seres queridos, pero…
-Muchas gracias por el ofrecimiento, pero no es nuestra intención convertirnos en una molestia para nadie. Sé que tú no lo ves así ahora mismo –añadió ante la inminente protesta-, pero con el tiempo la situación terminaría siendo incómoda. Cada familia tiene sus costumbres y sus ritmos, y no queremos interferir en vuestro estilo de vida más de lo que ya lo estamos haciendo. Una cosa es venir de visita y otra instalarse de un modo definitivo. Además, mi madre, mi hermana y yo vamos teniendo una edad y nos estamos volviendo algo maniáticas. No somos una compañía recomendable –concluyó con gesto travieso.
-No voy a insistir ahora mismo –contestó Elizabeth-, porque te conozco lo suficiente para saber que no lograría nada. Pero no dudes de que lo hablaré con Edward y buscaremos una solución a este problema. No tiene sentido que sigáis viviendo en un lugar que os resulta desagradable. Si piensas que mudaros aquí no es una buena idea, habrá que pensar en otra cosa, pero algo tendremos que hacer.
Jane se limitó a sonreír con agradecimiento. Deseaba abandonar Bath cuanto antes, y si su cuñada se empeñaba en ayudarles en esa tarea, no sería ella quien se lo impidiera. (Jane. Capítulo 36)
Elizabeth Bridges (1773-1808) entró a formar parte de la familia Austen en 1791 al contraer matrimonio con Edward, que años más tarde cambió su apellido por el de Knight. Perteneciente a la alta sociedad inglesa, fue una dama elegante y completamente dedicada a su extensa familia (11 hijos en 15 años). En sus cartas, Jane destaca como incluso mientras se estaba recuperando de sus alumbramientos, Elizabeth sabía mantener la elegancia y el cuidado personal.
Fanny, la hija mayor del matrimonio Austen/Knight, ocupó un lugar muy especial en el corazón de su tía Jane. Gracias a ella, conservamos unas entrañables cartas en las que Jane Austen aconseja a su sobrina cómo debe comportarse en los asuntos del corazón.
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