Thomas Cadell
Miércoles, 1 de noviembre de 1797
A la atención de Thomas Cadell, editor.
Señor:
Obra en mi poder el manuscrito de una novela en tres tomos, de una extensión aproximada a Evelina, de la señorita Burney. Siendo consciente de la importancia que puede tener para una obra de esta clase que la primera edición sea publicada bajo un nombre respetable, me dirijo a usted. Le estaría muy agradecido si fuera usted tan amable de hacerme saber si está interesado en ella, cuál sería el coste de publicación a riesgo del autor, y cuánto estaría usted dispuesto a pagar por los derechos de autor si, tras su cuidadosa lectura, le diera su aprobación. Si su respuesta fuera alentadora, le enviaré la obra.
Soy, señor, su humilde servidor,
George Austen
-¿Te parece bien? –preguntó con evidente satisfacción.
-Es perfecta –sentenció Jane, estampando un beso de agradecimiento en la mejilla de su padre, que sonrió complacido.
-La enviaré personalmente esta misma mañana –declaró mientras tomaba su abrigo del perchero y se disponía a salir-. Espero que no tarde mucho en contestar y así podemos enviarle tu novela. Ya verás cómo le encanta –añadió a modo de despedida.
Jane permaneció inmóvil frente a la puerta. La emoción bullía en su interior ante la posibilidad de que se publicara uno de sus escritos. ¡Sería maravilloso! Pero… ¿Y si no era así? ¿Y si no les gustaba su novela? A su padre le había encantado y era un hombre muy culto, que había leído infinidad de libros. Pero era su padre. El resto de su familia también había disfrutado con su lectura. Habían pasado varias noches sentados frente a la chimenea, escuchando a la joven mientras les leía las distintas cartas que hacían avanzar la historia. Aunque no faltaron ofrecimientos para darle un relevo, Jane insistió en leer toda la novela. Solo ella sabía el tono que emplearían Lizzy y los otros personajes al decir tal o cual cosa. Las veladas habían pasado volando, al menos para ella, y, en no pocas ocasiones, tuvo que interrumpir la lectura hasta que se acallaron las risas.
Cuando leyó los últimos párrafos y se dio por concluida la obra, todos los presentes aplaudieron con fuerza y su padre declaró que era la mejor historia que había escuchado en su vida. Jane había sonreído halagada, sin dar mayor importancia a un comentario que era fruto del afecto de un padre cariñoso por su hija mimada. Sin embargo, cuando a la mañana siguiente le planteó la posibilidad de enviársela a un editor, Jane comprendió que no era tan solo el amor paternal lo que le movía, sino que realmente juzgaba su trabajo digno de ser publicado. (Jane. Capítulo 12)
Jane Austen aún no había cumplido veintidós años cuando su padre escribió al señor Cadell con la intención de publicar First Impressions, que más tarde se titularía Pride and Prejudice (Orgullo y prejuicio). No ha llegado hasta nosotros el manuscrito original de esa primera versión, ya que Austen destruía las copias antiguas de sus obras, pero sabemos que se trataba de una novela epistolar… ¡Que Jane Austen finalizó con tan solo veintiún años!
Como se puede leer en la carta del Reverendo Austen, los costes de la publicación recaían sobre el autor. El editor pagaba por los derechos y se encargaba de los preparativos para la publicación, las correcciones, la impresión, la distribución, la publicidad y el control de ventas.
Así que pongámonos en situación: la joven Jane Austen ha terminado de escribir una novela, se la lee a su familia y a su padre le gusta tanto que decide escribir a un editor para que la publique. No es difícil imaginar la emoción que sentiría Jane ante la posibilidad de que una de sus historias fuera publicada. Seguro que toda la familia compartía su ilusión y hablaban sobre ese proyecto durante las comidas y veladas al calor de la chimenea. Confiado en el éxito de esa obra, el Reverendo Austen envía la carta y a los pocos días recibe la esperada respuesta. ¿Qué dice?
Rechazada a vuelta de correo… Rechazada sin la menor consideración. Un portazo en la cara.
¿Qué sentiría Jane al recibir esta negativa? Tanta ilusión, tantos planes, tantos halagos de sus familiares… ¡para nada! ¿Para nada? ¿Seguro? El editor ni siquiera había leído la novela. Su padre le había propuesto enviársela si tenía interés en leerla, pero no fue así. Por lo que la negativa no fue hacia la obra sino hacia la idea de la autora que el editor se forjó en su mente durante los escasos segundos que le dedicó.
Jane Austen fue rechazada por un editor. Orgullo y prejuicio, una de las mejores novelas de la literatura universal, fue rechazada por el primer editor que tuvo la oportunidad de publicarla. No es un caso aislado, sabemos que lo mismo ha ocurrido con grandes best-sellers de nuestros tiempos, Harry Potter, sin ir más lejos. Se cuenta que fueron más de diez las editoriales que no estimaron esa historieta de magos digna de ser publicada… ¿Qué pensarían pasados unos años? 😉 Seguramente lo mismo que el señor Cadell si levantara la cabeza uno de estos días 😛
Afortunadamente, Jane no se desanimó por esa negativa y siguió escribiendo, revisando lo escrito y creando nuevos personajes e historias.
Otra lección de nuestra querida Jane Austen: no dejarse vencer por los fracasos. Seguir adelante, pase lo que pase. Si lo que hacemos vale la pena, el tiempo se encargará de que se valore como es debido.
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