«Si a Cass le fueran a cortar la cabeza, Jane pediría que le hicieran lo mismo a ella»
-Buenos días –dijo una voz tras ella arrancándola de sus reflexiones.
-Buenos días, Cass –repuso Jane con una cálida sonrisa-. Estaba pensando en ti.
-¿En mí? Espero que no hayas decidido incluirme en tu nuevo libro –comentó con una mirada significativa-. Al final no le enseñaste a la prima Eliza tu historia sobre Lady Susan Vernon –le recordó con picardía-. Me pregunto cuál habría sido su opinión.
Jane rió divertida mientras el rubor teñía su rostro.
-Quería haberlo hecho, pero no me atreví –reconoció-. Quizás en su próxima visita.
-Yo creo que se habría reído muchísimo y que le habría gustado.
-Puede ser… Pero preferí no arriesgarme. Una cosa es hablar y comportarse de un modo y otra muy distinta verse reflejada en un personaje, por muy encantador que a mí me resulte.
-Supongo que tienes razón. Pero has dicho que estabas pensando en mí…
-En realidad estaba pensando en lo mucho que te voy a echar de menos cuando te cases –confesó Jane.
Cass recibió la respuesta con la fuerza de un golpe inesperado. Sin poder evitarlo, la joven sintió que sus ojos se humedecían, mientras la pena le oprimía el pecho. Al comprobar el efecto de sus palabras, Jane se acercó veloz a ella y la abrazó con fuerza.
-Perdona, no quería entristecerte.
Las lágrimas de su hermana humedecieron los rizos oscuros de Jane, que secó su llanto con besos.
-No, perdona tú. No sé qué me ha pasado. Aunque lo cierto es que yo también he pensado mucho en eso –dijo al fin Cassandra, algo más recuperada-. Quiero muchísimo a Tom y estoy deseando que vuelva. Pero, a la vez…
Jane asintió comprensiva y se esforzó por darle a la conversación un tono más alegre.
-De todos modos, tampoco hay que exagerar –comentó con un mohín divertido-. Nos hemos separado muchas veces y no ha sido tan terrible. Es más, si no fuera por eso, no habría recibido esas cartas tan divertidas que me escribes.
-Es cierto –afirmó su hermana en el mismo tono-. Además, cuando nos casemos, te invitaremos con frecuencia y pasarás largas temporadas en nuestro hogar.
-Eso será fantástico. Y seré la tía preferida de vuestros hijos.
-De eso no hay duda –afirmó Cass riendo-. Aunque para entonces, quizás tengas otros planes.
Jane contestó con un gesto evasivo.
-Seguramente conocerás a algún caballero que te haga cambiar de idea –insistió su hermana.
-No tengo muy buena opinión de los caballeros que conozco por aquí.
-Quizás en algún viaje…
-Cuando viajo prefiero fijarme en las montañas.
Cass sonrió con un gesto de resignación.
-Está bien –cedió-. No insistiré más, dejaremos que sea el tiempo quien decida. Ya sabes que tan solo quiero que seas feliz –añadió, reconduciéndole un mechón rebelde.
-Lo sé –repuso Jane, tomando la mano de su hermana- Y yo quiero ser feliz como todo el mundo, pero, como todo el mundo, quiero serlo a mi manera.
Cassandra sonrió una vez más.
-Eres imposible –sentenció con un beso. (Jane. Capítulo 8)
Mucho se ha hablado de Cassandra, la hermana de Jane Austen, y no siempre para bien. En parte se debe al hecho de que Cassandra quemara o recortara algunas de las cartas de Jane, después de su muerte. Hay quien piensa que este hecho implica una censura o una tergiversación de la historia fruto de un espíritu puritano o manipulador. ¿Qué escondían esas cartas -se preguntan algunos- para que Cassandra las destruyera? ¿Acusaciones contra ella de su hermana, que se desahogaba por escrito tras alguna rencilla? ¿Secretos escandalosos de Jane o de la familia? ¿Declaraciones subidas de tono fruto de la represión, etc., etc., etc.? Nadie lo sabe, pero hay gente que siempre piensa lo peor.
Vamos a imaginar… Imagina que pierdes a un ser querido y tienes acceso a todos sus mensajes personales (mails, whatsapps, mensajes a través de redes sociales, etc.). Imagina que debido a la relevancia de esa persona, intuyes que todos esos contenidos, de carácter privado, van a ser expuestos a la luz pública, a la vista de todo tipo de personas. Imagina que al leer esos mensajes descubres algunos que, fruto de su carácter privado, podrían ser malinterpretados por algunos, o que serían motivo de burla o de cualquier tipo de vejación hacia la persona fallecida, a la que tú tanto quieres. Porque, entre tú y yo, ¿dejarías tu móvil disponible para que cualquier persona pudiera leer todos tus mensajes? ¿Seguro que no hay cosas que te harían pasar un mal rato si se hicieran públicas en las redes, aunque no sean nada malo? Bien, pues imagina todo eso y dime si no optarías por seleccionar qué es de carácter público y qué de carácter privado. Cada uno es libre de tomar la opción que crea más conveniente… Y eso es lo que hizo Cassandra.
Dejando eso a un lado, podemos decir que las cartas de Jane a su hermana destilan cariño, confianza, complicidad, admiración… Dos hermanas en una familia plagada de chicos. Dos hermanas que compartieron muchas alegrías y no pocos sufrimientos. Dos hermanas que permanecieron juntas hasta que la muerte las separó.
¿Cómo era Cassandra? Inteligente, responsable, divertida… Al menos eso era lo que opinaba Jane, cuando una y otra vez repetía lo mucho que se había reído al leer sus cartas. Jane había crecido a la sombra de Cassandra, pero no fue una sombra que la impidiera crecer. Los hechos así lo demuestran. Jane se apoyó en su hermana para todo y la veía como un referente. Por eso no es de extrañar que, a pesar de ser un genio de la literatura universal, Jane se considerara inferior a su hermana querida.
La relación con Cassandra se estrechó aún más con el tiempo y, en especial, durante la enfermedad de Jane. Cass fue su compañera, su enfermera, su confidente… La que estuvo con ella en todo momento y la que sostuvo su cabeza durante su agonía. Gracias a Cassandra conocemos cómo fueron las últimas horas de una escritora inmortal, cuyos personajes e historias desafían el paso de los siglos.
Seguro que Cassandra tuvo sus defectos, ¡y quién no! Pero si Jane la quería tanto, no sé por qué los que admiramos a Jane deberíamos sentirnos de otro modo.
Godmersham, miércoles 15 de junio de 1808
Mi querida Cassandra,
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